Compartir moneda es colaborar
La soberanía financiera ciudadana se traduce en una serie de derechos que se derivan de nuestra pertenencia a un sistema económico, igual que los derechos humanos se derivan de nuestra condición humana y nuestros derechos civiles se derivan de nuestra pertenencia a una determinada sociedad nacional. Nuestra condición de «engranajes» del sistema productivo, de miembros de la economía de mercado en la que participamos como trabajadores, empresarios o consumidores tiene que ser elevada a una condición no servil que nos permita adquirir control sobre nuestro destino. Estos derechos se podrían formular así:
• El derecho de toda la población al trabajo y a acceder al tiempo libre generado por los aumentos de productividad que nuestras sociedades han ganado. No hay razón para el desempleo.
• El derecho a participar en la formación del futuro de nuestras sociedades, participando en el proceso de configurar los criterios para la financiación en nuestra moneda. Ya que el riesgo de la financiación es público, a todos nos corresponde el derecho a tomar parte en su gestión, especialmente en los principios que lo determinan.
• El derecho a no colaborar en un sistema monetario y financiero que exige el crecimiento infinito del sistema económico y, como consecuencia, con la destrucción del planeta y la sobre-explotación de la raza humana.
• El derecho a no colaborar con actividades de fabricación de armas, tráfico de drogas, proxenetismo, especulación, corrupción, etc. a base de no compartir moneda con quienes las desarrollan. Tenemos derecho a no prestar nuestra energía vital a cualquier actividad cuyos resultados no nos interesen, desvinculándonos de la moneda que ellos utilicen.
• El derecho a renunciar al cobro de intereses por nuestro dinero, a cambio de no pagarlos cuando lo tomemos prestado y de someternos, en el uso del crédito, a los límites establecidos por los principios que el interés general determine.
Martín Belmonte, Susana. Nada está perdido (Icaria 2012) pag. 174
Categoría: Soberanía financiera
La soberanía financiera agrupa los derechos del ser humano como partícipe en un sistema monetario y financiero. Compartir moneda es colaborar y las personas que compartimos una misma moneda tenemos derecho a tomar parte en la negociación y definición de las condiciones de esa colaboración. En esta categoría incluiré inicialmente algunos artículos que la definen, basados en o copiados de mi libro “Nada está perdido”, con el fin de generar hilos de debate abiertos al quien quiera participar.
El poder financiero, una guía política
En el número 118 de agosto de 2012 de la revista PAPELES de relaciones ecosociales y cambio global aparece un artículo mío con el título de este post. Está disponible en: http://bit.ly/SiTdOy
– Reflexiones en torno a Polanyi y la actual crisis capitalista. Nancy Fraser.
ESPECIAL. ALTERNATIVAS II. CONCRETANDO DEBATES
– Crisis económica y ecológica: causas, causas profundas, soluciones. David Schweickart.
– Alternativas al sistema monetario actual: un breve repaso. Óscar Anchorena, Irene García De Yébenes, Carmen Madorrán, Carlos Martínez Núñez, José M. Naredo.
– El poder financiero. Una guía política. Susana Martín Belmonte.
– Reparto del trabajo y modelo social. Albert Recio.
– El stock de viviendas vacías como resultado de un proceso de producción espacial vinculado al «modelo urbano de la renta del suelo». Alfonso Álvarez Mora.
– Afrontar la crisis a la islandesa: ¿un cuento o una realidad? Pablo Aguirre Carmona y Nuria Alonso.
– Impuesto sobre transacciones financieras: un imperativo para los derechos humanos. AWID, CIVICUS, Center for Economic and Social Rights, Center of Concern, DAWN, ESCR-Net, IBASE, Norwegian Center for Human Rights, Social Watch.
– Alternativas a un transporte petro-dependiente. Paco Segura.
– Mercado Social: construir y experimentar proyectos económicos alternativos. Toño Hernández.
– El 15M y la razón indignada. Josep Maria Antentas y Esther Rivas.
– Los derechos humanos ante las crisis capitalistas. Guillermo García.
PANORAMA
– Ataque a los comunes: el caso de la costa. José Antonio Errejón y Fernando Prieto.
– La PAC, una política de subvenciones a la industria alimentaria. Ferrán García Moreno.
ENTREVISTA
– Entrevista a Raúl Zibechi. Por José Luis Fernández Casadevante
– Entrevista a Carlo Petrini. Por Monica di Donato
Dr. Doom: Prepárense para el rescate de España…. y lo que venga
Nouriel Roubini, uno de los economistas que predijo la crisis de 2008, anunció el día 9 de Mayo la ayuda del gobierno de España a Bankia (que en realidad era ya nacionalización), lo que aprovechó para indicar que a España le quedan dos telediarios para seguir la senda del rescate que antes habían seguido Islandia, Grecia, Portugal e Irlanda.
Roubini nos explica en este artículo que el rescate puede hacer ganar algún tiempo, pero incluso así, sin crecimiento económico no hay salida a medio-largo plazo, y eso requeriría una política monetaria más laxa y deflación, un euro más débil. Pero un euro débil implica la apreciación de otras monedas, monedas de países que no quieren perder la competitividad que esto implica, hasta el punto de que la presidenta de Brasil, Dilma Roussef, hace un par de meses le dijo a Angela Merkel que no querían el dinero barato de los países ricos, en clara alusión a este tipo de políticas. La salida a esta situación, bajo los parámetros actuales, es un crecimiento económico que, ni es previsible, ni cambia en esencia el sistema que nos ha traído a este punto.
El proceso de conversión de deuda privada en deuda pública parece inexorable. Mientras los ciudadanos tenemos que sufrir el desmantelamiento del estado del bienestar y el espolio de lo público, los bancos reciben todo el dinero público que necesitan. Decir que el poder financiero está dictando la política, cualquiera que sea el partido que gobierne, empieza a ser un lugar común.
Paralelamente, el dinero, como tecnología, sigue su evolución. A principios de marzo, en el Mobile World Congress de Barcelona, quedó de manifiesto que una de las grandes esperanzas para el crecimiento del sistema económico en el futuro es la bancarización de las dos terceras partes de la población mundial, que aún no están en el sistema bancario. Y esto se va a producir con la colaboración de las operadoras telefónicas y gracias a los sistemas de pago por móvil. Telenor, Telefónica, Vodafone, y otras operadoras anunciaron que tienen ya sus servicios de pago por móvil listos para colonizar Asia, África y América Latina.
El mismo día 10 de mayo, en que toda la prensa cubría la noticias de la nacionalización de Bankia, el País publicaba un artículo sobre el pago por móvil titulado: “Una economía sin dinero”, originalmente publicado en el New York Times, en el que se mencionan no solo a las operadoras de telecomunicaciones sino a otros sistemas como Google Wallet. Estos dos fenómenos, la hegemonía del poder financiero y la evolución en la tecnología del dinero, aparecen desconectados, en páginas diferentes de la misma prensa económica. Es como si la crisis financiera no hubiera tenido ninguna relación con cambios esenciales en el sistema monetario como fue el abandono del patrón oro en 1971, o la progresiva digitalización de los medios de pago. Sin embargo, estos cambios tecnológicos han cambiado la esencia del dinero y, por lo tanto, muchos de los supuestos de partida de los modelos económicos que nos gobiernan ya no son correctos.
La evolución tecnológica del dinero y del crédito no va a parar y no parece que ni una sola de las ventajas que pueda aportar esa tecnología a la sociedad (que son bastantes) se quieran aplicar a modificar los principios de funcionamiento del sistema monetario y financiero para cambiar alguna de las circunstancias actuales: el sometimiento que sufrimos ante el poder financiero o el imperativo de crecimiento del sistema económico. Tal vez valdría la pena explorar la posibilidad de que la crisis financiera tenga su origen en los principios fundamentales del sistema monetario y financiero. Keynes lo hizo.
La deuda importa
Me gustaría compartir este interesante post de uno de mis blogs favoritos de Economía en el que se insiste en una evidencia silenciada de forma sistemática: el nivel de deuda es importante y condiciona la marcha del sistema económico de forma determinante.
No es por casualidad que los economistas que públicamente anunciaron la crisis de 2008 se basaron en la escalada de deuda (pública y privada).
Uno de estos economistas, Steve Keen, vuelve a constatar la ceguera de la ortodoxia económica respecto a la importancia del volumen de deuda del sistema, según se relata en este artículo, del que extraemos esta cita*:
Incluso después de mostrar evidencia empírica sobre el impacto que el aumento y caída de la deuda privada sobre la economía, tanto ahora como durante la Gran Depresión, no pude convencer a varios de los académicos en el auditorio de la importancia de la deuda privada. Siempre volvían a lo mismo: “la deuda de una persona es el activo de otra persona, por lo tanto el nivel de deuda, no importa”.
En mi libro Nada está perdido en el que presento un sistema monetario dinámico denominado R-economía, ya establezco que en un sistema económico la deuda debe ser igual al dinero en circulación, cosa que no ocurre en el sistema monetario y financiero actual.
Mi propuesta va mucho más allá de lo que defiende Steve Keen en este párrafo, pero no querer ver ni esto, ni siquiera a toro pasado, es increíble… Los niveles de deuda afectan, como mínimo, a la capacidad de pago de los agentes y a su propensión al consumo, es imposible que no afecte a la economía real.
Claro que, desde otro punto de vista, quitarle importancia a los niveles de la deuda privada ayuda a silenciar el fraude a la ciudadanía que estamos viendo cometer con todo el desparpajo delante de nosotros: convertir la deuda privada en deuda pública. No prestar atención a los niveles de deuda privada hace que, cuando llega el momento en que el Estado asume la deuda privada, el proceso tiene la apariencia de algo imprevisible e irremediable.
Y así llegamos a donde estamos: en el sector financiero las ganancias se privatizan y las pérdidas se socializan. ¿Qué clase de contrato social es éste?
(*) La traducción es mía.